miércoles, 11 de mayo de 2016

Pierre Bourdieu


Pierre Bourdieu

La obra sociológica de Pierre Bourdieu se destaca como una de las más imaginativas y originales de la post-guerra, hasta el punto de que el autor comienza a ser considerado ya en vida como un clásico de las ciencias sociales. Así, una reciente encuesta ha demostrado que Les Héritiers (1964), La Reproduction (1970) y La Distinction (1979) figuran entre los libros más leídos y estudiados hasta hoy por los sociólogos e intelectuales europeos. Su obra más reciente, La misère du monde (1993), se convirtió - inesperadamente para un trabajo de investigación sociológica - en un best-seller. Últimamente su pensamiento sociológico ha logrado filtrarse también en el ámbito anglosajón a raíz de sus seminarios en universidades americanas (como el famoso de Chicago, en el invierno de 1987) y, sobre todo, de la traducción al inglés de sus obras más significativas. Finalmente, publicaciones como Raisons pratiques (1994), que recogen conferencias pronunciadas en diferentes partes del mundo - incluyendo Japón y Alemania - dan una idea de la resonancia internacional creciente del pensamiento de este autor. El paradigma sociológico bourdieusiano es extraordinariamente polifacético y complejo, por lo que resulta punto menos que imposible exponerlo cabalmente dentro de los estrechos límites de un artículo. En lo que sigue nos proponemos introducirnos en él a partir de dos de sus categorías centrales - el del habitus y el del campo - , con la esperanza de que, justamente debido a su posición central, nos permitan aflorar por proyección o resonancia las principales categorías que estructuran esta teoría sociológica. Pero antes, y para mayor claridad, intentaremos situar la obra de Bourdieu en el vasto contexto de las teorías sociológicas contemporáneas. 

1. LA PROBLEMÁTICA CONSTRUCTIVISTA EN SOCIOLOGÍA 

Es muy significativo que el propio Bourdieu haya caracterizado su paradigma sociológico como “constructivismo estructuralista” (1987, 147), lo que equivale a autoclasificarse dentro de la corriente constructivista hacia donde convergen en nuestros días los trabajos de autores muy relevantes - por no decir los más relevantes - en el 2 campo de las ciencias sociales, como, entre otros, Norbert Elías, Anthony Giddens, Peter Berger, Thomas Luckman y Aaron Cicourel. La problemática constructivista no constituye una nueva escuela ni una nueva corriente homogénea desde el punto de vista teórico o metodológico. Se trata más bien de una espacio de problemas y de cuestiones en torno a los cuales giran los trabajos de un número significativo de investigadores, pese a la diversidad de sus tradiciones y de sus itinerarios intelectuales (Corcuff, 1995: 17). Podemos identificar, sin embargo, una doble serie de convergencias tendenciales entre los autores catalogables bajo este rótulo. Se trata, en primer término, de superar las parejas de conceptos dicotómicos (“paired concepts”, dice Bourdieu citando a Richard Bendix y Benett Berger) que la sociología ha heredado de la vieja filosofía social, como las oposiciones entre idealismo y materialismo, entre sujeto y objeto, entre lo colectivo y lo individual. Bajo esta perspectiva podríamos decir que el constructivismo pretende superar a la vez el “sociologismo” de Emilio Durkheim, que valoriza lo colectivo a expensas de lo individual, y el “individualismo metodológico” que valoriza al individuo a expensas de lo colectivo y estructural. En segundo lugar, y en términos más positivos, se trata de aprehender las realidades sociales como construcciones históricas y cotidianas de actores individuales y colectivos, construcciones que tienden a substraerse a la voluntad clara y al control de estos mismos actores. De aquí, como subraya también Corcuff (1995: 17), la importancia de la historicidad para los constructivistas, al menos bajo tres aspectos: 1) el mundo social se construye a partir de lo ya construido en el pasado 1 ; 2) las formas sociales del pasado son reproducidas, apropiadas, desplazadas y transformadas en las prácticas y las interacciones de la vida cotidiana de los actores; 3) este trabajo cotidiano sobre la herencia del pasado abre un campo de posibilidades en el futuro. En relación con lo anterior, los constructivistas convergen en una tesis fundamental que los caracteriza más que cualquier otra: en este proceso histórico, las realidades sociales son a la vez objetivadas e interiorizadas. Es decir, por una parte remiten a mundos objetivados (reglas, instituciones...) exteriores a los agentes, que funcionan a la vez como condiciones limitantes y como puntos de apoyo para la acción; y por otra se inscriben en mundos subjetivos e interiorizados, constituidos principalmente por formas de sensibilidad, de percepción, de representación y de conocimiento. Se trata del doble movimiento, ya expresado otrora por Jean-Paul Sartre, de “interiorización de la 3 exterioridad” y “exteriorización de la interioridad”. El lector habrá adivinado que éste es el espacio dinámico donde se sitúan tanto el habitus de Norbert Elías (concebido como “estructura interior de la personalidad”), como el habitus de Bourdieu (concebido a la vez como “esquema” y “disposición”) , la “conciencia práctica” de Anthony Giddens y la “sociedad interiorizada” de Peter Berger y Thomas Luckman. En cuanto a las divergencias, los constructivistas difieren, entre otras cosas, en el mayor o menor peso relativo atribuido a la estructura y/o a la acción; en la manera de concebir la relación entre conocimiento científico y conocimiento ordinario; en la concepción de la historicidad; en la mayor o menor consistencia imputada a la identidad de los actores sociales; y, en fin, en el papel otorgado a la reflexividad epistémica en la construcción del objeto sociológico.

2. LA TEORÍA DEL HABITUS SEGÚN BOURDIEU 

La obra de Bourdieu constituye, como queda dicho, una variedad particular dentro de la corriente constructivista en las ciencias sociales, variedad bautizada por él mismo como “constructivismo estructuralista”. El autor nos advierte que la referencia al estructuralismo adquiere aquí un sentido muy diferente al de la tradición saussuriana o levi-straussiana: “Por estructuralismo o estructuralista entiendo la afirmación de que existen - en el mundo social mismo, y no sólo en los sistemas simbólicos como el lenguaje, el mito, etc. - estructuras objetivas independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes y capaces de orientar o de restringir sus prácticas y sus representaciones” (Bourdieu, 1987a: 147). En cuanto al constructivismo, Bourdieu lo entiende así: “Entiendo por constructivismo la afirmación de que existe una génesis social de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que llamo habitus, por una parte; y por otra de las estructuras sociales, particularmente de lo que llamo campos o grupos, así como también de lo que ordinariamente suelen llamarse clases sociales” (ibid.). Lo que Bourdieu nos ofrece bajo el rótulo de “constructivismo estructuralista” es una economía general de las prácticas centrada en las nociones de capital, interés, inversión y estrategia, y una antropología global (en el sentido kantiano del término) que se propone aprehender la acción social en su integralidad, superando las dicotomías clásicas que minan por dentro a las ciencias sociales. 

3. EL ESPACIO SOCIAL COMO ARTICULACIÓN DE CAMPOS 

El concepto de campo es indisociable del de habitus (y del de capital). En efecto, según Bourdieu “el principio de la acción histórica, - la del artista, la del científico o la del gobernante, como también la del obrero o la del pequeño funcionario -, no radica en un sujeto que enfrentaría a la sociedad como a un objeto constituido en la exterioridad. Dicho principio no radica ni en la conciencia ni en las cosas, sino en la relación entre dos estados de lo social, es decir, la historia objetivada en las cosas bajo forma de instituciones, y la historia encarnada en los cuerpos bajo la forma del sistema de disposiciones duraderas que llamo habitus” (Bourdieu, 1982: 37-38). Aquí se postula claramente una relación dialéctica entre habitus y campo, en el sentido de que el uno no puede funcionar sino en relación (recíproca) con el otro. Por consiguiente, es el encuentro entre habitus y campo, entre “historia hecha cuerpo” e “historia hecha cosa”, lo que constituye el mecanismo principal de producción del mundo social. Bourdieu especifica de este modo el doble movimiento constructivista de interiorización de la exterioridad y de exteriorización de la interioridad. El habitus sería el resultado de la incorporación de las estructuras sociales mediante la “interiorización de la exterioridad”, mientras que el campo sería el producto de la “exteriorización de la interioridad”, es decir, materializaciones institucionales de un sistema de habitus efectuadas en una fase precedente del proceso histórico-social.

4. UNA SOCIOLOGÍA REFLEXIVA Y DIALÉCTICA 

Para concluir, quisiéramos destacar dos características principales de la sociología de P.Bourdieu. Se trata, en primer lugar, de una sociología reflexiva que pretende objetivar, en el mismo movimiento de su proyección hacia un objeto, sus condiciones de posibilidad, sus 18 límites y los presupuestos inconfesados - su “inconsciente” - ligados a la posición del investigador en el campo científico y en el social. En efecto, por oposición al objetivismo positivista o neopositivista que pretende abordar su objeto desde una perspectiva olímpica y cuasi-trascendente (“desde lejos y desde arriba”), Bourdieu postula que la reflexividad, entendida como la necesidad de un retorno sobre el propio investigador y su universo de producción, constituye una dimensión obligada de la sociología. “Creo que la sociología de la sociología es una dimensión fundamental de la epistemología de la sociología. Lejos de ser una especialidad entre otras, es la condición preliminar obligada de toda práctica rigurosa. A mi modo de ver, una de las principales fuentes de error en las ciencias sociales reside en una relación incontrolada con el objeto que conduce a proyectar esta relación no analizada en el objeto de análisis” (Bourdieu, 1992: 48). Pero la “reflexividad epistémica” postulada por Bourdieu no tiene nada que ver con la reflexión del sujeto sobre sí mismo (en el sentido de la “Selbsbewustsein” de Hegel), sobre su experiencia vivida o sobre los obstáculos derivados de su sexo, de su clase social o de su pertenencia étnica. Bourdieu rechaza el “narcisismo” y la “confesión intimista” del investigador como procedimiento de reflexión epistemológica. “La sociología de la sociología que defiendo no tiene nada que ver con el retorno intimista y complaciente sobre la persona privada del sociólogo, ni de la explicitación del Zeitgeist intelectual que inspira su trabajo, a la manera del análisis de Parsons que propone Gouldner en su The Coming Crisis of Sociology. Tampoco me reconozco en la «reflexividad» entendida como esa especie de observación del observador, hoy en boga entre ciertos antropólogos americanos (por ejemplo Marcus, Fisher, Geertz y Rosaldo), quienes, habiendo agotado en apariencia los atractivos del trabajo de campo, se han puesto a hablar de sí mismos antes que de su objeto de estudio” (Bourdieu, 1992: 52). Para Bourdieu se trata de objetivar, en primer lugar, la posición que el propio analista ocupa en el campo académico y, por extensión, en el campo del poder. Tal habría sido, por ejemplo, uno de los propósitos de su Homo Academicus (1984) y, mucho antes, de la serie de trabajos sobre las prácticas matrimoniales en su propia aldea natal. “Homo Academicus es el punto culminante, al menos en sentido biográfico, de una especie de «experimentación epistemológica» que he comenzado a desarrollar, de manera totalmente consciente, al comienzo de los años sesenta, cuando apliqué a un universo familiar los métodos de investigación que yo había utilizado antes para descubrir la lógica del parentesco en un universo extranjero, el de los campesinos argelinos. Tras esta investigación existía la intención de invertir la relación «natural» del observador con el universo que estudia, de tornar exótico lo familiar y familiar lo exótico; todo ello a fin de explicitar lo que, en ambos casos, suele admitirse como evidente (“taken for granted”), y de manifestar en la práctica la posibilidad de una objetivación sociológica completa del objeto y de la relación del sujeto a su objeto - que es lo que yo llamo objetivación participante” (Bourdieu, 1992: 48).  


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